Yo tenía una larga deuda desde hace muchos años con El Salvador, la cual, por diversas razones, no había podido pagar. Y ahora la deuda se agranda al recibir una presentación de mi trabajo tan generosa —y distinta de lo que suele hacerse en la academia— como nunca en mi vida. Y aunque esta conferencia es de inauguración de este Congreso, la verdadera inauguración la han hecho el Rector de la UCA y la Rectora de la Universidad de El Salvador, pues entre ambos nos han dado dos claves de fondo. La primera, preguntándonos de qué cultura hablamos cuando no hacemos memoria de las culturas incorporadas tanto a nuestros países como a nuestras vidas; y segundo, preguntándose acerca de qué cultura hablamos si no es una cultura capaz de devolverle sentido a la “salud pública”. Pues hubo un tiempo en que la salud hacía parte de lo público no como lo que atañía única-mente al cuidado de las enfermedades, sino a la salud de la vida en común, a la salud de la sociedad. Era cuando aún se hablaba de la seguridad social para hablar de la salud y del agua potable, de los acueductos y las alcantarillas, la iluminación de las calles y también la educación; era a ese conjunto a lo que se llamaba “salud pública”.
