La paz no puede definirse hoy únicamente con el concepto tradicional agustiniano de “la tranquilidad en el orden”. De hecho, cuando hablamos hoy de orden entendemos una realidad diferente de la que Agustín presu-ponía. Los dinamismos históricos nos han llevado a entender la paz como un progreso personal y social en el desarrollo de las capacidades humanas, que requiere esfuerzo personal y solidaridad colectiva. Las diversas vinculaciones de la paz con la realidad social que han hecho los diferentes pontífices de la Iglesia nos muestran dinamismos necesarios que implican construcción social. Pío XII hablaba de la paz como fruto u obra de la justicia, Pablo VI mencionaba el desarrollo como el nuevo nombre de la paz, Juan Pablo II insiste en que la paz es el fruto de la solida-ridad y Francisco añade que la paz necesaria-mente se desarrolla en la triple dimensión de armonía consigo mismo, con los otros seres humanos y con la naturaleza. La construcción de la paz, mencionada textualmente en las bienaventuranzas, es tarea y acción humana permanente. Es, en palabras actuales, cons-trucción de procesos civilizatorios.
