El marxismo y, de forma más delicada y moderada, el liberalismo aguardaban la ruina de las iglesias en las sociedades capitalistas desarrolladas. Parece que ambos se han equivocado en cierto modo. Y, sin embargo, la Iglesia católica occidental experimenta su situación como una verdadera situación crítica. No se trata de algo extraño y tiene sus explicaciones. Por ejemplo, desde comienzos de los años cincuenta se ha reducido, en parte, drásticamente en los países de Europa occidental el número de quienes participan en la Iglesia católica, una cifra que se mide con el indicador clásico del número de fieles que van a la “misa dominical”. Pero, sobre todo, lo que más preocupa a la Iglesia es el cambio trascendental de la forma de socialización de lo religioso en las sociedades desarrolladas. El “modelo de utilización” de la Iglesia se ha transformado fundamentalmente entre sus propios miembros.
