La crisis de los abusos sexuales, que ha envuelto a la Iglesia católica en los Estados Unidos especialmente desde comienzos de 2002, se ha convertido en una crisis de jefatura eclesial. Aunque la atención pública se ha centrado en el desencadenamiento de dicha crisis en Norteamérica, especialmente en los Estados Unidos, la constante del abuso sexual de menores por parte de sacerdotes y del manejo irresponsable de las quejas de abuso por parte de los obispos ha sido un fenómeno mundial1 .