Una institución religiosa como la Iglesia, que se presenta con una alta reivindicación moral, precisamente en el ámbito de la sexualidad, no debería sorprenderse de que se convierta en objeto de ataque cuando entre sus propias filas se producen con gran abundancia pecados de carácter sexual. Sería inconcebible que un sacerdote fuera culpable de este comportamiento. Con estas palabras, Wunibald Müller, que es especialista en psicología pastoral católica, pone en su sitio, en relación con los sacerdotes que atraviesan una crisis, el abuso sexual de niños cometido por sus pastores en el gran contexto de la violencia corpóreo-espiritual contra los pequeños1 .