“La definición tradicional de la oración sólo tiene un fallo, y es que desvirtúa la imagen de Dios”, pues definirla como “elevar el corazón y la mente a Dios” lo convierte en “un juez regio y distante y ajeno a nosotros” 1. Convertirla además en petición, la deforma gravemente. Para visualizarlo, imaginemos que un domingo cualquiera un “marciano” inteligente, ignorante de nuestra cultura, entra en una iglesia y sigue con atención la eucaristía. Escuchará numerosas oraciones dirigidas a un Dios a quien de manera repetida y coral se suplica que tenga piedad y perdone, a quien se alzan ruegos del comienzo al final y a quien incluso en el momento solemne de “la oración de los fieles” la asamblea expone con un lenguaje apremiante –versión española: “Señor, escucha y ten piedad”– diversas necesidades públicas y privadas.