De diversas maneras comprenden los seres humanos la muerte y lo que ocurre tras ella. Y esa comprensión puede configurar también sus vidas. A veces, han comprendido la muerte como el final de su existencia en paz y con cierta naturalidad, y, así, en culturas en que el pueblo era considerado más importante que el individuo, como en el antiguo Israel, se podía decir “cumplió sus años y fue a reunirse con sus padres”. A veces, como en el cristianismo, tras la muerte se afirma vida y plenitud: “dichosos los que mueren en el Señor”. Con todo, la muerte sigue siendo negatividad. Muchos sienten sin consuelo el desgarro de la separación o se resisten a pactar con la nada (Unamuno).