Durante muchos años he estado batallando con una cuestión fundamental sobre María. Dada la riqueza y diversidad de la tradición evidente en el arte, la devoción, la teología, la liturgia y el dogma, ¿cuál es el mejor modo en que nuestra generación puede interpretarla o relacionarse con ella? ¿Cómo podemos apreciar en una Iglesia multicultural del siglo XXI, que se encuentra en un mundo globalizado donde millones de personas luchan por la vida y contra la injusticia, apreciar su relevancia para la fe y la praxis? Sentía que la respuesta tenía que ser lo suficientemente contundente como para sobrevivir en dos contextos. Uno es el contexto del secularismo, que azota a las naciones posindustrializadas, una época invernal que se ha llevado el follaje devocional exuberante de la cristiandad y la principal cuestión que queda en pie es la cuestión de Dios. El otro contexto es el de la lucha global por la plena dignidad de la mujer.