Dos son las ideas que han dominado la comprensión antropológica del sacrificio; por un lado, la idea de que el sacrificio es transacción que posibilita a los seres humanos cultivar su relación con los dioses de acuerdo con el principio do ut des, y, por otro, que el sacrificio es una actuación que posibilita a las comunidades lograr una conexión más estrecha con su dios, y, mediante esta conexión, un sentido de unión y de destino común. En este artículo quiero probar que estos dos enfoques hacen que el sacrificio parezca demasiado inocente y demasiado domesticado...