Un famoso teólogo, ante las tremendas exigencias del sermón de la montaña (presentar la otra mejilla, dar a un el manto, andar el dolor de lo requerido, amar a los enemigos…), escribió que con él en la mano no se puede gobernar un Estado, ni dirigir una fábrica, y ni siquiera convivir en familia. Yo volvería la frase del revés y afirmaría que no se puede vivir feliz en familia si no es según el espíritu y la letra del sermón de la montaña, pronto cada uno a renunciar a lo que cree que son sus derechos antes que romper con el cónyuge o el hermano que está convencido de que es el quien tiene la razón. Pues bien: el Reino de Dios que Jesús proclamó aspira a que en las empresas, en los Estados y en toda la sociedad humana vivamos como hermanos de una gran familia en la que se práctica el sermón de la montaña.