Entre los 6 y los 8 años, los niños adquieren la capacidad de autorregular sus comportamientos. Los procesos cognitivos se imbrican con aspectos emocionales y permiten procesar conductas eficaces y adecuadas a cada contexto. Las alteraciones de las funciones ejecutivas tienen una clara repercusión en los cuadros clínicos que se observan de manera frecuente en la infancia, como el déficit de atención o el trastorno obsesivo-compulsivo.