De todos los caminos, mis cansados pies prefieren los que conducen a la montaña, esos donde merodea la armonía, donde se ahorran palabras para compartirlas de la seguridad de una carpa al calor de una agua de panela, en aquellos donde se silencia la garganta y se permiten las voces de unidad y cosmogonía del espíritu a pesar de la talla del morral en la espalda, de las empinadas cuestas, del frío en el páramo, de la intensa lluvia en los bosques de niebla y del helado frío en las nieves perpetuas.